viernes, 12 de octubre de 2007

De dónde venimos y dónde estamos?

Por Fabián Prieto

Aparte de un ensayo presentado en la clase “Cultura y pensamiento social en la América Latina contemporánea. Principales problemas, tendencias y perspectivas”. (mayo de 2006)

Un evento que se avecina en el orden continental, es la celebración de los doscientos años de independencia. Una experiencia compartida por la mayoría de los pueblos latinoamericanos, pero que en su momento se fundamentó sobre variables propias de las experiencias locales. Estas celebraciones están estrechamente vinculadas al lugar que ha tenido la idea de nación, si bien no desde el momento mismo de la independencia, si desde que dicho proyecto se consolidó gracias a la inserción de cada nación en la economía mundial.

El titulo que da nombre a este apartado corresponde a la “contextualización”[1] histórica de uno de los planes diseñados por el actual gobierno colombiano, el plan 2019 o Visión Colombia II Centenario, el cual en palabras de actual presidente colombiano es “una propuesta que hace el Gobierno Nacional para que teniendo en cuenta el pasado y visionando el futuro, sirva de enlace para los planes de desarrollo de los próximos gobiernos”.[2] Sin dejar de lado que se trata de un plan lanzado por un gobierno que retomó la figura de la reelección (abogando a la historia política colombiana), las bases de esta formulación está dirigida por la Dirección de Planeación Nacional, organismo que potenció, principalmente en la década de los sesenta, la implementación del desarrollo como política para organizar el país.

La necesidad de tener en cuenta el pasado del país en un documento que está pensado el futuro, radica en que los argumentos históricos deben colaborar en la justificación de las nuevas acciones que se proponen. En este sentido, la selección de puntos de referencia y de hitos históricos fundamenta una mirada especial sobre la historia, en donde se deben equilibrar los logros y las carencias del pasado. Y en este sentido, emerge una mirada del pasado que si bien no hace tabula rasa, si selecciona los mejores argumentos con los cuales convocar a la participación de la construcción del futuro.

El documento en este sentido, toma dos indicadores para la evaluación del pasado. Por un lado, presenta un indicador de la estabilidad política del país, con la referencia a que Colombia ha sido el país más estable en cuanto a su institucionalidad democrática en comparación con los demás países de Latinoamérica. Por el otro, están las cifras económicas y estadísticas que hablan de los logros alcanzados por los diferentes gobiernos.

En el caso de la “historia política” señala que “mientras en muchos países del continente predominaron durante largos períodos los dictadores, los regímenes militares y, en general, los gobiernos por la fuerza, en Colombia ha sido tan fuerte la tradición civilista de nuestras instituciones que el poder se ha llegado incluso a caracterizarse, para algunos períodos, como el poder de la gramática”. No sólo la alusión a ese poder de la gramática es de entrada una reverencia al uso de la ley y de la letra para crear un orden caracterizado por la exclusión, sino que se propone una nueva “historia política”, ya que según el documento la academia se ha dedicado a hacer la historia de la violencia. En cuanto a las cifras estadísticas y económicas, se recurre al anacronismo necesario en el establecimiento de series de larga duración. Población y riqueza, además de ser conceptos históricamente construidos, se naturalizan aquí como permanentes en esa historia de cien años. Como se insinuó anteriormente, en este momento de la lectura del documento se le dice al lector, “hemos hecho las cosas bien, pero aun falta más desarrollo”.

Ahora bien, qué elementos principales pueden dar cuenta de esta narrativa histórica, más allá de las pistas que puede ofrecer que dicha narrativa haya sido construida a partir de una institución como lo es Planeación Nacional.

Un análisis inicial puede llevar directamente a la fundamentación misma de la planeación entendida como un concepto que “encarna la creencia que el cambio social puede ser manipulado y dirigido, producido a voluntad”.[3] Este concepto, que hunde sus bases en la historia, fue el inicio de un cambio en “el que se requirieron vastas operaciones ideológicas y materiales y frecuentemente la cruda coerción”. El impacto de las políticas de la planeación sobre la sociedad se hizo evidente, siguiendo a Arturo Escobar, cuando “la gente no se habituó de buen grado y de propia voluntad al trabajo en la fábrica o a vivir en ciudades abigarradas e inhóspitas; tenía que ser disciplinada en esto”.[4]

En relación con la historia, muchos de los proyectos que dieron inicio al auge del pensamiento planificador, conllevaban una evidente supresión del pasado. James Scott cita el caso de la construcción de Brasilia, guiada por los preceptos del urbanismo de comienzos del siglo XX.[5] Colombia, y en especial las ciudades, no fueron ajenas a este impulso entendido como modernización, con el cual se quería hacer que el país por fin entrara en las vías del progreso. Si se recorre la historia de mediados de siglo XX, puede observarse como era un interés para las elites bogotana hacer de la capital una ciudad moderna, capaz de asumir los compromisos de una economía capitalista financiera. Así como las elites locales se enriquecieron, los programas de mejoramiento de las condiciones de vida, hicieron que la ciudad y el país se endeudaran con los préstamos de las organizaciones internacionales. La ideología de la modernización se reprodujo en las concepciones de familia, ciudadanía y nación, creando una nueva generación de ciudadanos que acogían la escala de valores de una sociedad que se autodenominaba progresista.

La historia como celebración o conmemoración


Resulta importante evaluar como en este contexto histórico ese discurso sobre el futuro logró alimentar en muchos casos, las esperanzas de los nuevos habitantes de la ciudad, que por razones muy variadas llegaron a habitar la ciudad. Además de encarnar esa idea de modernización, la ciudad se convirtió en el refugio frente a las acciones violentas que tuvieron lugar en varias zonas del país. El desencademiento de una ola de actos violentos que en Colombia se conoce como la época de la Violencia, se dio en Bogotá tras la muerte del líder popular Jorge Eliécer Gaitán.

La muerte de Gaitán trajo consigo una serie de disturbios en donde la zona central en donde fueron destruidos los edificios del orden conservador que dominaba la escena política a finales de los cuarenta, al mismo tiempo que dejaron el espacio vacío para los arquitectos que no encontraron mejor oportunidad para poner en marcha sus modelos y planes urbanísticos. Pero este proceso se revirtió cuando la ciudad pensada por los arquitectos se desbordó por las cantidades de personas que llegaron a la ciudad.

En términos historiográficos, puede afirmarse que la historia urbana ha estado dividida en dos: la historia desde arriba/la historia desde abajo o si se quiere la historia de la planificación y la historia social. He querido tomar este ejemplo, para reformular el enfoque del documento inicial y abordarlo desde esta distinción. Y aunque como se vio, la historia presentada en el documento 2019 gira en torno a una concepción de política y economía, vuelve a recurrir a la mirada desde arriba que no se compromete con una historia vista en términos de los conflictos de la sociedad colombiana.

Y tampoco es gratuita la alusión a Jorge Eliécer Gaitán, ya que su muerte, a pesar de ser un hito histórico; un punto de referencia de la historia colombiana, es un episodio caracterizado por el silencio, o como actualmente ha tomado fuerza, un momento caracterizado por el perdón y el olvido.
La pregunta que surge entonces es si el bicentenario es una celebración o la conmemoración de una mirada sobre el pasado caracterizada por no asumir su realidad histórica.

Uno de los elementos que da pie a pensar este olvido selectivo, se encuentra en el mismo criterio de periodización tomado por el documento de planeación. Este documento no hace alusión a las numerosas guerras civiles que tuvieron lugar, fundamentadas en el sistema de partidos. No se debe perder de vista, que la narración histórica ha estado largamente atravesada por las versiones partidistas: desde el siglo XIX el partido liberal y el conservador escribieron sus propias versiones de la historia, y su poder se reprodujo en historiadores subsiguientes que ordenaron el devenir de la nación en función de los cambios de mando entre partidos. La historia bipartidista ha creado el más absoluto silenciamiento de las diferentes expresiones políticas del país, situación que además se ha reflejado en la intolerancia frente a terceras opciones.

La historia de la disidencia partidista ha dado las mayores representaciones de esta conmemoración del olvido. Resulta cierto que las afirmaciones sobre los programas de líderes como Rafael Uribe Uribe o el mismo Jorge Eliécer Gaitán podrían ser reevaluadas en términos de la referencia a los presupuestos del socialismo. Sin embargo, no se puede negar que como afirmaciones políticas recurrieron a las voluntades políticas de grupos excluídos de la sociedad. Y como afirma el historiador Herbert Braun, “mucha de la vitalidad de la nación colombiana, por supuesto no toda, parece que surge de abajo”.[5]
El trabajo de Herbert Braun sobre la vida y muerte de Jorge Eliécer Gaitán, a la vez que trae a la memoria las disputas que en el nivel cultural, social y político hacían de la figura de Gaitán, una figura atípica en el decadente estado oligarca de la década de los cuarenta, trae consigo una pregunta por ese olvido tan pronunciado de la clase política, que aprovechó la situación no sólo para modernizar la ciudad, como se expuso anteriormente, sino para fundamentar la represión política sobre el resto de la población. De ahí que en su ensayo sobre los diálogos que fueron propuestos por el gobierno colombiano con el grupo guerrillero de las FARC, en enero de 1997, sirva para constatar la presencia de la memoria histórica en cada uno de los dos actores del conflicto.

Luego de unos momentos terriblemente embarazosos y de unos silencios largos,
la reunión comenzó. En su discurso, escrito con anterioridad, el presidente no volvió
a referirse a esos cincuenta años de historia que abarcaban el conflicto con las
guerrillas.
Para él, éste era un problema sin pasado, por lo menos no un pasado utilizable, que
tuviera alguna significación redimible, para él y para la nación. La lucha guerrillera no
era más que un atavismo, algo que no estaba relacionado con una nación que se
modernizaba, algo que se había dejado atrás hace muchos años. El presidente habló
más bien, con gran fervor, de un futuro de paz y concordia.

Las palabras del líder guerrillero, por el contrario, sí aludieron al pasado. En realidad,
no se refirieron a mucho más. Y estaban llenas de rencor. Para los visitantes de la
ciudad, el encuentro con los guerrilleros en el campo sin duda constituía un desafío
y una aventura. Para la mayoría de los anfitriones rurales, especialmente para los
más viejos, este encuentro tenía algo en común con los que habían ocurrido hace
décadas entre ellos y los jefes políticos venidos de la ciudad.

Braun continúa su versión de los hechos, dejando en claro que los comisionados de paz eran casi todos unos hombres muy jóvenes, que sin duda desconocían la historia de la lucha guerrillera y no tenían prácticamente ningún interés por saber o aprender algo de esa historia. Las consideraciones sobre el atavismo de la lucha guerrillera se emparentó con la historiografía que desde la década de los sesenta buscaba desentramar los acontecimientos cuyos efectos se percibían fácilmente en las diferentes regiones del país, tanto en la ciudad como en el campo.

Ahora bien, el momento en que irrumpió esta historiografía fue la década de los sesentas, en una convergencia con los cambios de orden mundial que dieron nuevos rumbos a la historia, ya sea en la emergencia de nuevas categorías de análisis, la reformulación de otros y la entrada de numerosas historias acalladas por el colonialismo en África y Asia. No menos importante fue el lugar de la revolución cubana en el pensamiento colombiano, y su impronta en los trabajos académicos y en la formación de movimientos sociales.


[1] Aquí se sigue la crítica a la contextualización esbozada por Margarita Serje.en El revés de la nación. : territorios salvajes, fronteras y tierras de nadie. Bogotá, Ediciones Uniandes, CESO, 2006. Según la autora “Las ciencias sociales tienen precisamente como uno de sus principales objetivos el de situar los datos, hechos y fenómenos que estudian en “su contexto”. Los iluminan, ilustran y explican apelando al conjunto de eventos, objetos y hechos que lo rodean. Al mirar de cerca este proceso se presentan, inevitablemente, numerosas preguntas acerca de lo que constituye o no un contexto relevante para el objeto de estudio. Como el objeto de análisis, su contexto es también el resultado de un proceso múltiple de selección y de interpretación. Tanto aquello que se considera problemático como lo que se considera relevante como explicación, depende de la manera en que el contexto se selecciona y de los elementos que se destacan de el”. p. 35.

[2] Plan 2019, Enlace de los Próximos Planes Cuatrienales de Gobierno. Discurso pronunciado por Álvaro Uribe Vélez. Agosto 7 de 2005. http://www.presidencia.gov.co/sne/2005/agosto/07/02072005.htm.

[3] Arturo Escobar. “Planificación” en W. SACHS (editor), Diccionario del desarrollo. Una guía del conocimiento como poder, PRATEC, Perú, 1996 (primera edición en inglés en 1992). p.216.

[4] Arturo Escobar. “Planificación”… p.216.

[5] James Scott. Seeing Like a State: How Certain Schemes to Improve the Human Condition Have Failed. New Haven, Yale University Press, 1999.

[6] Herbert Braun. “Colombia : entre el recuerdo y el olvido , toallas, whisky... y algo más”. En Número (Bogotá). -- no.40 (Mar-Abr. 2004).

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