jueves, 3 de mayo de 2007

20 de julio, referente obligado y conmemoración legítima

Por Rigoberto Rueda Santos

comentario de lectura. Santiago Díaz Piedrahita. “20 de julio, referente obligado y conmemoración legítima”, en Bicentenario ¿Qué celebrar?. Comité Bicentenario, 2007

La ponencia de Santiago Díaz Piedrahita está dirigida a afirmar el 20 de julio como fecha conmemorativa. La legitimidad de esa fecha como la fecha de la Independencia la sustenta el autor en dos factores: la tradición y la ley. En efecto, la celebración de esa fecha comienza en 1813 cuando Antonio Nariño, entonces presidente de Cundinamarca, hace coincidir el 20 de julio de ese año como la ocasión para declarar la Independencia absoluta. Y justamente, aunque no es su propósito, el texto de Díaz Piedrahita hace evidente que desde entonces se trató de una celebración circunscrita a un ámbito local y administrativo muy definido: Cundinamarca y Bogotá. A esta lógica no escapa la ordenanza de 1842 que estableció el carácter nacional de la fiesta ni su conmemoración en 1849, que fue más bien una fiesta convocada para Bogota y su provincia. Lo que el texto no nos explica es la razón de que sea en un gobierno liberal, el de Manuel Murillo Toro, y en una etapa específica de la configuración estatal, cuando se adopta el 20 de julio como aniversario de la independencia nacional y se establece como día festivo. Solo hasta 1872, y la posterior sanción de la ley 60 de 1873, la fecha del 20 de julio aparece como un referente nacional.

Varios puntos de reflexión se desprenden del texto del Presidente de la Academia de Historia, que si bien no son el objeto de su exposición se hacen centrales para abordar el tema de la celebración del 20 de julio y el carácter de la Independencia.
La Junta Suprema de gobierno que se constituye en Bogotá el 20 de julio de 1810, no declaró la Independencia de España. Días después, el 23 de julio, la Junta expidió un bando que, en palabras de un contemporáneo de los hechos, “se redujo a mantener en toda su integridad la religión católica y los derechos de Fernando VII”, si bien contempló, al lado otras disposiciones particulares, la insistencia en “el amor a los buenos españoles” y a contener las manifestaciones populares enfatizando que “el pueblo hiciese sus pedimentos por medio del síndico procurador general” y no mediante su movilización.Sociedad Americana de Soldadura Por supuesto, en el interregno se dan cambios sustanciales: ya no hay Virrey ni Real Audiencia; pero a pesar de que la diferencia es significativa, Antonio Amar y Borbón, el exvirrey, es ahora el Presidente del nuevo gobierno.
Al plantear una continuidad entre las celebraciones en Cundinamarca y la oficialización, mediante ley en 1873, de la fecha del 20 de julio y del año de 1810 que buscaba establecer una referencia nacional, el señor Piedrahita en buena medida mantiene los presupuestos de lo que se ha llamado “la mitología nacional”. Me explico. Si se miran bien los términos en que se hacen las convocatorias de celebración de 1820 o 1842 que trascribe Piedrahita, lo que salta a la vista en ellas es justamente la ausencia de referencia nacional. De hecho, lo que se ilustra son las fiestas en Bogotá y sus alrededores, entre otras cosas bien diferenciadas socialmente: la recepción diplomática y el banquete, por un lado, y la fiesta popular, con bailes y corridas de toros, por el otro. Lo que subyace en esta lectura, al no advertir las inflexiones señaladas, es una “mitología” aceptada hasta hoy, pero construida en el siglo XIX, acerca de la nacionalidad y que Alfonso Múnera ha resumido en tres ideas básicas: 1. “la Nueva Granada era, al momento de la independencia, una unidad política cuya autoridad central gobernaba el virreinato desde Santa Fe”. 2. “la elite criolla dirigente de la Nueva Granada se levantó el 20 de julio de 1810 en contra del gobierno de España impulsada por los ideales de crear una nación independiente”; la posterior división entre criollos federalistas y centralistas llevó al fracaso la primera independencia; y 3. “la independencia de la Nueva Granada fue obra exclusiva de los criollos”; indios, negros y castas jugaron un papel pasivo bajo el mando de la elite dirigente o se aliaron con el Imperio .
Al contrario de los anteriores supuestos, nos ayuda a pensar el carácter de la Independencia, el tener presente que i. la unidad política y la nacionalidad que se pretenden no son un punto de partida, como presentes ya en el arranque de la vida republicana, sino procesos por configurar; y, ii. al estallar la independencia no hubo una elite criolla con un proyecto nacional, sino varias elites regionales con proyectos diferentes . Dicho de otra manera: tal como hoy lo concebimos, ni la republica de Colombia ni los colombianos existen a la altura de 1810.
Otro de los problemas que ronda la ponencia que estamos comentando es el de la participación popular. En versión de Piedrahita, el “selecto grupo de ilustrados” que asume la rebelión el día 20, condujo hábilmente al pueblo a través de arengas para promover su apoyo a la solicitud de cabildo abierto. Tenemos entonces, que el pueblo tan solo es conducido y, a lo sumo, se busca su apoyo, y lo cierto es que el acta de independencia no fue firmada por ningún líder popular, “pues no los había”. Poco a poco, la población de Bogotá y sus alrededores “fue tomando conciencia de los hechos y se hizo partícipe de la Independencia absoluta” . Al contrario del carácter políticamente pasivo que sigue atribuyéndose a los sectores populares a lo largo del proceso de la independencia, hay ahora mucho interés de parte de los historiadores por conocer sus propios proyectos e intereses, en el entendido de que las clases subordinadas tuvieron una participación decisiva.
Finalmente, Piedrahita deja sin tratar el tema de Qué celebrar. Para él es suficiente la legitimidad de la fecha que se desprende de una tradición de eventos oficiales a lo largo del siglo XIX, que rematan en sanción legislativa; en cambio, si deja una señal interesante para la consideración del otro problema implícito: el de Cuando celebrar. Al mencionarse el debate suscitado en la prensa bogotana a propósito de la celebración gubernamental de 1872, queda claro que se dieron interpretaciones divergentes . Miguel Antonio Caro, consideraba que era un error dar al 20 de julio el carácter de aniversario de la independencia y prefería el 16 de julio dado que en aquella fecha se había declarado la independencia absoluta por parte del Congreso de Cundinamarca. Piedrahita, quien lo plantea como una simple discusión entre dos periódicos bogotanos, no desarrolla el debate y simplemente nos entera de que la posición contraria a la de Caro “triunfó”, sin que sean claras las condiciones de tal “victoria”, la que sin duda no pasaba sencillamente por la argumentación histórica y la razón.

José María Caballero. Diario de la patria boba. Bogotá, Incunables, 1986, p. 71
Alfonso Múnera. El fracaso de la nación. Región, clase y raza en el Caribe colombiano (1717-1810). Banco de la República / Áncora editores. Bogotá, 1998.
Alfonso Múnera. El fracaso de la nación. Región, clase y raza en el Caribe colombiano (1717-1810), pp. 18-19
Santiago Díaz Piedrahita. “20 de julio, referente obligado y conmemoración legítima”, en Bicentenario ¿Qué celebrar?. Comité Bicentenario, 2007, p.9.
Santiago Díaz Piedrahita. “20 de julio, referente obligado y conmemoración legítima”, p. 14

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